No hay una sola clase de jóvenes en el Perú, generalizar resulta un error sociológico como histórico. El nuevo lenguaje impuesto desde los poderes fácticos, los clasifica por segmentos, de modo que A, B, C, resulta una equivocada manera de leer la realidad en materia laboral. Esta sospechosa como mañosa clasificación, sin embargo está diseñada para negar derechos laborales y tergiversar una lectura sociológica correcta. En el fondo, se trata de “crear” una interpretación inadecuada para convencer que la sociedad que no está dividida en clases sociales, sino en fracciones, parcelas, trozos que no pueden unirse, que cada segmento tiene sus propios intereses, clases de trabajo y nada los puede unir para derrotar a la nueva forma de acumulación de capital.
Hablar de segmentos es uso de un lenguaje sociológico
inadecuado, falso, engañoso, simulado, inexacto, incorrecto, mentiroso,
adulterado, ficticio e inauténtico. Tiene como finalidad formar una falsa
conciencia social, está destinado a persuadir que cada segmento tiene distintos
intereses. En consecuencia, resulta imposible que se unan debido a la enorme
distancia que hay entre ellos. En otras palabras, los jóvenes no pueden converger
en organizaciones sociales ni políticas en defensa por ejemplo de un salario
justo. Menos fundar movimientos políticos en nombre de los nuevos asalariados
urbanos explotados.
Entonces, al amparo de un concepto tramposo
que los desideologiza, de leyes laborales que no se cumplen, de trabajos
precarios y temporales, resultan los nuevos desamparados que trabajan con
salarios muy por debajo del sueldo mínimo. Y no tienen dónde acudir ni a quién
quejarse, si forman un sindicato y presentan un pliego de reclamos, son
inmediatamente despedidos, marcados como elementos disociadores. Así, los
jóvenes saben que no tendrán un sueldo como
jubilados, una forma digna de sobrevivir, más aun teniendo en cuenta que
la vejez es la edad más larga.
Una pregunta emerge desde el principio y
fondo de la necesidad de escribir con propiedad y limpidez: ¿Tienen derechos
laborales los jóvenes? No. Pero sobre todo es preciso responder a una pregunta
mucho más grave: ¿Cuántas clases de jóvenes hay entonces en el Perú? Depende de
la clase económica que procedan, pero además es preciso tener en cuenta la
herencia cultural, origen sociológico, memoria social y formación educativa. El
hecho de segmentar, tiene por objeto masificar la mano de obra, el trabajo de
los jóvenes para no reconocer derechos labores y que sistemáticamente se les ha
negado.
El
permanente proceso de desideologización empezó cuando los nuevos científicos sociales
se pusieron al servicio del gran capital. Ellos se ocuparon de tergiversar no
solo el lenguaje, sino que al optar por una lectura inadecuada, se propusieron
dividir en segmentos a las sociedades de trabajadores y eliminar el concepto de
clase social. Las nuevas leyes laborales eliminaron el derecho a la libre
sindicalización, pliegos de reclamos, vacaciones, etc., etc. Desapareció la
palabra nombramiento para dar paso a contratos renovables o no. Tácitamente
quedó eliminado el sindicato para designar a esa palabra como subversiva y
prohibida.
Entonces, el nuevo ciclo económico que
los jóvenes viven ahora, resulta una proletarización compulsiva que ha impuesto
sus reglas de juego. Así, quienes aceptan trabajar con las normas anti
laborales que impone el sistema, se ven obligados aceptar un horario con más de
ocho de labor y salarios por debajo de lo mínimo establecido. Las condiciones
de trabajo se pactan fuera de la legislación y si los trabajadores siempre
eventuales, invocan sus derechos laborales son inmediatamente despedidos. Las palabras
sindicato, vacaciones, utilidades, maternidad, derechos laborales, han sido
proscritas, desterradas y terminantemente prohibidas.
Pero las luchas sociales ni la historia
tienen reglas. La sacrificada y continua marcha de la humanidad por la
conquista de los derechos de trabajadores y, liberación de los pueblos
colonizados no se detiene. La construcción y reconstrucción de la memoria
social no tiene tregua, no es fragmentaria ni parcelada, pero sobre todo no
tiene marcha hacia atrás. La historia social es un proceso incesante, continuo,
dialéctico, indetenible. Es dentro de este concepto que se explica por ejemplo
el fenómeno social que se ha venido a
llamar “Rebelión de los Pulpines”. Entre fines del año 2014 y comienzo del
2015, se produjo una gran movilización que inició una distinta época en las
luchas sociales. Ese hecho se pareció en parte a la lucha por las ocho horas de
trabajo. En enero de 1919 los trabajadores peruanos lograron eliminar las 16
horas de labores, el presidente José Pardo promulgó las leyes referentes a una
distinta modalidad de trabajo. Primero los trabajadores textiles salieron a las
calles, décadas después los “Pulpines” lograron detener una ley atentatoria
contra sus derechos y empleo juvenil. El Congreso se vio en la necesidad de
derogar una norma claramente establecida por los poderes económicos en complicidad
de Ollanta Humala.
Este hecho no ha merecido todavía un
estudio analítico para explicar cómo es que los jóvenes lograron realizar una
enorme movilización social. Despertar la conciencia de un pueblo avallado por
la coloniedad, la represión y pobreza generalizada. Sin duda se valieron se las
redes sociales, del sistema de comunicación virtual y atacaron el centro
neurálgico prisionero de los poderes fácticos: el Congreso de la República.
Nunca imaginaron los lobies que “Los Pulpines” de pronto emergerían especialmente de las universidades públicas,
estudiantes de ciencias sociales y quienes tienen una clara conciencia de
trabajadores explotados. Ollanta Humala y sus amigos empresarios se vieron en
la necesidad de aceptar una realidad que no imaginaron. ¿Cuántos habrán
perdido? Seguramente nunca se sabrá.
Esta clase de favores, de leyes se pagan por adelantado, nada es gratuito.
¿Los llamados “Pulpines” fueron impulsados
por una ideología concreta? No. Tampoco había necesidad de una doctrina ni credo
político. Nunca como entonces se demostró que los partidos políticos habían
desaparecido del escenario, que era necesario un nuevo lenguaje y una distinta
forma de agrupar a los jóvenes. Y obtuvieron un logro concreto, detuvieron la
irracionalidad y prepotencia de los poderes ejecutivo y legislativo, atenazados
por los lobies. Los jóvenes revelaron tener una clara conciencia de
trabajadores explotados y en sus análisis demostraron, tener una conciencia
construida desde la nueva realidad, tanto nacional como desde el contexto
internacional.
No faltaron sin embargo, analistas sociales
que señalaron el ocaso de un Estado colonial y los albores de una distinta
forma de hacer política, nada de eso ocurrió. Se pudo comprobar que los
partidos políticos no entendían a los “Pulpines”, pero tampoco los admitirían
como militantes. Ellos no tenían interés de convertirse en parte de un partido.
Sin embargo, no han surgido nuevos líderes juveniles, alguien que sea una
referencia para formar un nuevo partido político capaz de hacer que la historia
cambie de rumbo. No obstante, es evidente que dentro de ellos se forman los
nuevos protagonistas que emergerán, cuando se discuta un tema como es el
Bicentenario de la Independencia Nacional.
Toda movilización social es una lección de
historia. Demuestra que la juventud siempre ha sido y será el impulso vital que
hace posible los cambios y conquistas sociales. Por lo general, los jóvenes son
idealistas y algunos están dispuestos a inmolarse en nombre de una ideología revolucionaria.
La historia sigue su curso indetenible, se abre paso a través del tiempo y
leyes represivas. Bien podríamos decir entonces, Francis Fukumaya ha muerto y
quienes creyeron en él se niegan enterrarlo. Su cadáver se pude públicamente en
una universidad donde todavía dicta clases y, repite más de lo mismo. Hegel ha
sido derrotado, en cambio Heráclito de Éfeso goza de buena salud.