¿Qué concepto en relación a la cultura
puede tener la cleptocracia? Primero habría que definir qué significa este
neologismo. Es el gobierno de los cleptócratas y los ciudadanos que votan por
ellos, resultan cómplices sin necesariamente
proponerse ser tales. Un cleptócrata posmoderno se ampara en la creencia de la
extraña como perversa “doctrina”, de que: “Roba pero hace obra”. La cleptomanía
es una enfermedad sicológica compulsiva, un trastorno terrible de la
personalidad, es un inconsciente impulso para robar cualquier cosa, por más
pequeña que sea, sin medir las consecuencias. Pero cuando hay políticos que
roban impunemente y no son sancionados, desgraciadamente imponen un deleznable
ejemplo de cómo enriquecerse, gracias a los votos de ciudadanos honrados.
Entonces, los políticos cleptócratas no son
demócratas y no tienen la culpa de llegar al poder sino los electores que votan
por ellos. Así, los electores que prefieren la cleptocracia están dispuestos a
votar por cualquier candidato a la presidencia de la República en las próximas
elecciones, con antecedentes de haberse enriquecido en el poder y acumulado una
cuantiosa fortuna que resulta imposible explicar. Las respuestas son: “Todos
son iguales”, “unos roban menos y otros roban más porque para eso llegan al
poder”. Hay también quienes dicen: “Nosotros robamos menos”. No faltan los que
sostienen: “La corrupción y el robo son instituciones inherente a la política
peruana. El que aparentemente no roba no es que sea honrado, sucede que sabe
robar bien”. Hemos llegado a un estado en que desgraciadamente, la política oficial
en el Perú se ha convertido en sinónimo de estafa, rapiña, hurto, saqueo,
latrocinio, pillaje, expoliación e impunidad.
Sin embargo, no todos los ciudadanos piensan
como cleptócratas, la mayoría de los jóvenes y electores tienen una opinión
crítica frente a la corrupción. Están hastiados,
hartos, desencantados de la forma cómo en el Congreso de la República, puede
haber congresistas que salven a candidatos a la presidencia de la República,
que deben ser procesados y sancionados. Las deleznables alianzas políticas
destinadas a salvar a los cleptócratas, lo único que logran es ahondar la
crisis social, imponer una detestable impostura que sin duda ha hecho mucho daño
a la política peruana.
La cleptocracia y la corrupción en el Perú
tienen una larga historia que empezó a ser investigada y escrita por Alfonso Quiroz: “Historia de la
corrupción en el Perú” y también por Javier Diez Canseco. Ambos lamentablemente
fallecieron cuando intentaban hacer un trabajo mayor. Por eso, con seguridad se
puede afirmar que hay fortunas familiares, que sin duda provienen del ejercicio
de los gobiernos de la cleptocracia y la corrupción. Si alguna vez se hiciera
una investigación sería, seguramente que no extrañaría saber que muchos personajes
que ejercieron el poder, se enriquecieron, sin que nunca hayan sido
investigados ni sancionados. No todos los políticos tuvieron una censurable
inconducta, hay ejemplos dignos y tampoco hay por qué generalizar.
La cleptocracia en el poder carece de
criterios para diseñar una política cultural y una política para la cultura. No
tiene concepto de lo que significa el cambio y permanencia de expresiones
culturales, en una sociedad compleja como la nuestra. La cultura no tiene
utilidad para sus fines políticos presentes ni futuros. No piensa en planes a
corto y largo plazo para fomentar, financiar y menos entender que es preciso el
desarrollo del muralismo urbano, conciertos de música clásica y popular, etc.,
etc. Convocar a concursos de cuento, poesía, novela, ensayo, así como de
historia, arqueología, sociología, antropología, lingüística regional, por
ejemplo.
El hecho de que desde el Municipio de Lima
Metropolitana, el alcalde Luis Castañeda Lossio, haya dado la orden de borrar
los murales de Lima Metropolitana, tiene un singular significado de atentado
contra la cultura popular. Los murales como los grafitis, expresan un tiempo
histórico único que no se vuelve a repetir. Ninguna pintura mural puede
remplazar a otra, como ninguna lengua es superior a otra. No hay culturas
superiores e inferiores, hay culturas dominantes y dominadas. Cuando desaparece
una cultura cualquiera que sea, se pierde una parte de la memoria colectiva humana.
Entonces, ordenar borrar o desaparecer un mural, no solo significa una falta de
criterio histórico, sino que es un insulto a la inteligencia y a las culturas
del Perú.
Menos mal que las reacciones en contra de
ese atentado han sido contundes y provenido
de distintas vertientes ideológicas, también hubo opiniones de importantes intelectuales. Entonces, la pregunta es
precisamente: ¿Por qué en Lima tiene que ocurrir este inaceptable hecho? La
respuesta es sencilla, porque el alcalde no tiene ningún respeto a los
ciudadanos, a quienes lo eligieron, menos a la crítica ni opinión de los
intelectuales. Es verdad que no todos los murales tenían o tienen una evidente calidad artística, muchos
de los murales de Medellín, Caracas, Quito, California, Tokio, Santiago de
Chile, Berlín y los de París, tampoco.
En un principio se quiso ideologizar las
alegorías y lenguaje pictórico de los murales. Pero el peso de la razón se
impuso sobre quienes de alguna manera trataron de justificar un acto
censurable. Menos mal que algunos murales han sobrevivido a una medida
injustificable. Ahora donde antes había un mural, hay una pátina de pintura amarilla
que ha atentado contra el subconsciente colectivo. ¿El alcalde de Medellín
haría lo mismo?, no. Menos el de Puerto Príncipe, capital de Haití, ciudad
llena de pintura mural y alegorías hasta en los carros que circulan por
ciudades y carreteras. Nadie como los pintores haitianos para expresarte a
través de una pintura llamada naif por la crítica dominante. En muchos pueblos de
México hay miles de murales de distintas calidades. Nadie nunca, ningún
alcalde, jamás ordenó que desaparecieran.
Así entonces, Castañeda Lossio, no entiende
ni quiere saber nada de la cultura popular y menos de murales en las calles de
Lima. Prefiere una ciudad perdida en el tiempo y en medio de un horrendo caos
que nadie sabe cuándo terminará. ¿Quién pintó Cristo de Pachacamillla? ¿No fue acaso
un mural de dudosa calidad artística hecho en una pared rústica? Tal vez pase a
la Historia de Lima, un mudo que ordenó a los trabajadores del Municipio,
borrar una madrugada los murales que había. Nadie que escriba acerca de los
murales en esta horrenda y multiétnica ciudad de Lima, dejará de mencionar este
vergonzoso hecho que jamás debió haber sucedido.
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