La mentira es una práctica inmoral, horrenda y detestable de parte de
muchas personas, no de todas, que ejercen un cargo político legítimo o usurpan
el poder en el Perú. La mentira tiene una larga práctica desde la agresión y
destrucción del sistema político incaico peruano de parte de España imperial.
Durante la colonia la mentira se convirtió en una forma oficial de gobierno y expresión
política. Con el forzado advenimiento e instalación de la República criolla de
corte colonial, la mentira se expresa todos los días por boca de improvisados
políticos, pero la referencia principal es la actual Constitución Política, impuesta
por el régimen del japonés Alberto Fujimori. Por eso, muchas leyes, decretos
leyes y normas están reñidas con la ética y moral pública. Sin embargo, no es
una razón para afirmar que, si alguien miente es porque siempre ha sido así y
nada ni nadie podrá cambiar la “cultura de la mentira”.
Usando esta falacia porque mentir
es un antivalor y anticultura, hay quienes justifican por ejemplo el robo:
“roba pero hace obra”. La mentira entonces, se convierte en algo normal. Miente
al mandatario de la República, insulta, agravia, desafía, agrede y además habla
muy mal el español. Miente la primera dama, mienten sus ministros, los congresistas
y asesores. Algunos funcionarios públicos manipulan groseramente las
estadísticas, los dueños de los medios de comunicación obligan a mentir a los
periodistas. Por eso, no es raro que un voleur y cambrioleur, tenga la osadía
de lanzarse como candidato al decanato del Colegio de Abogados de Lima, que un brouillon y negociante del sistema
educativo universitario, quiera quedarse
como rector hasta sus últimos días de su existencia.
La mentira ha inundado todas las
dependencias del Estado, ha tomado de rehenes a magistrados, vocales, jueces,
fiscales, asesores y auxiliares del sistema judicial. Se ha empoderado en los
poderes del Estado, dicta sentencias y resoluciones contra todo razonamiento
jurídico. Entonces, es posible hablar de mentiras legales necesarias para
salvar a determinadas personas o instituciones. Así, quienes tratan de observar
una conducta moral intachable, resultan
incómodos en un mundo en el que quien no miente ni roba es un imbécil.
Miente el policía, el taxista, el vendedor ambulante, el contrabandista, el
sicario, el narcotraficante, el controlador, el vigilante. Miente el
farmacéutico, el aduanero, el cambista, el controlador, el comerciante, el
paquetero, el bodeguero, todos mienten.
Miente el Sistema Privado de
pensiones, ¿quién vivirá 110 años y recibirá una pensión digna? Nadie. Mienten
las mineras, taladores de bosques, mineros informales, exportadores,
comisionistas, lobistas, tramitadores, comerciantes, vigilantes, mienten todos
los días. Mienten los extorsionadores, escaperos en moto, quienes cobran cupos,
los autores intelectuales, paqueteros y micro comercializadores. Mentir es
normal cuando el Estado ha sido destruido por la política neoliberal y,
reducido a su mínima expresión. La crisis terminal engendra un sentimiento
común de desencanto social, exaspera la razón y la inteligencia. La frustración
colectiva crece en la medida que la mentira es capaz de afirmar, que se ha
eliminado en un gran porcentaje de la pobreza social, cuando es evidente que el
Perú es cada año más pobre de lo que fue antes.
Después que se presentaron en
televisión, las agendas de la señora Nadine Heredia Alarcón, comunicadora
social, egresada de la Pontificia Universidad Católica del Perú y esposa del
presidente Ollanta Humala Taso, lo primero que hizo fue no decir la verdad. Negó
que fueran suyas las agendas que contienen una valiosa información anotada con
su puño y letra. La presidenta del Partido Nacionalista y Primera Dama de la
Nación, varias veces dijo que no era su letra. Sin embargo, aseveró que le
habían robado varios objetos de su domicilio pero no las agendas. Asistió al
Congreso de la República y respondió que la fiscalía de turno, le había citado
para una prueba grafológica. En otras palabras, no dijo la verdad.
El 12 de noviembre presentó un
recurso ante el Ministerio Público, en la Segunda Fiscalía Supranacional,
dirigido al Fiscal Provincial de la Segunda Fiscalía Supranacional Corporativa
especializada en Delitos de activo y Pérdida de dominio. Y adujo: “solicito
dejar sin efecto la pericia por ser inútil y remitir copias a la Fiscalía
Provincial Penal”. Traducción: “Reconozco públicamente que las tres agendas son
mías. La letra me pertenece pero las agendas se han perdido (robado) de mi
domicilio, no sé cuándo, son de propiedad, son mis grafías. No quiero someterme
a ninguna pericia grafológica, porque trataré de anular el valor probatorio de
sus contenidos en armonía a lo sucedido con los petroaudios”. Tampoco dijo la
verdad.
En el citado texto es posible aprender
un racionamiento ejemplar, un manejo genial de la dialéctica, aproximarse a un
lenguaje cargado de sentido semántico que Humberto Eco debería aprender. No se
trata de la “Verdad de las mentiras”, título de un ensayo de Mario Vargas Llosa,
sobre el valor literario de la novela, no. Para aprender es necesario leer y no
hay otro método más racional: “Al respecto, le expreso que luego de mi referida
declaración testimonial como testigo impropio ante su despacho inicié una serie
de averiguaciones para determinar si efectivamente, tales documentos me
pertenecen. Después de efectuar una detenida revisión de la copia de los
documentos originales que obran en su fiscalía, y luego de realizar una
exhaustiva revisión de todos los ambientes de mi domicilio, pude comprobar que
aquellos documentos son de mi propiedad y que, conjuntamente con otros objetos,
fueron sustraídos ilícitamente de mi domicilio, donde estuvieron guardados
durante mucho tiempo…”
¿Qué más? El recurso tiene una
lucidez ejemplar, un razonamiento dialéctico que ni Heráclito de Éfeso, René
Descartes, Jean Paul Sartre ni Fernand Braudel escribían así: “Por tanto,
sírvase señor Fiscal Provincial tener presente lo expuesto: Primer otro sí
digo: Atendiendo a lo vertido en el presente, en uso de mi derecho de defensa,
y con la finalidad de cooperar en el esclarecimiento de los hechos, le reitero
mi solicitud de declarar ante su Despacho, como prioritaria, inmediata y
próxima diligencia. Otro sí digo: asimismo, advirtiéndole que la pericia
grafotécnica y documentoscópica ha devenido en un medio de prueba inútil en
virtud de los afirmado en el presente escrito, solicito a su despacho se sirva
dejarla sin efecto”.
La Primera Dama (cuyo cargo
burocrático no existe en la Constitución Política del Perú), aduce además que
ha presentado ante la Novena Fiscalía Provincial Penal de Lima: “una denuncia
por hurto agravado de documentos y otros objetos, sustraídos de mi domicilio”.
Traducción: “Estaba segura que se trataba de las agendas que me robaron, pero
además hay otras que todavía no aparecen. No podía reconocerlas porque había
que pensar cómo anular la validez jurídica y política que tienen. Ahora digo
que, todo cuanto está escrito pertenece al ámbito privado. Este nuevo argumento
servirá para anular todo. Vale la pena esta jugada magistral, que mueran los
peones, alfiles e incondicionales. La reina tiene que salvarse aunque se joda
el rey”.
Sin embargo, la Primera Dama no
entiende ni le interesa haya perdido credibilidad y fe política en el
electorado, confianza en la conducta ciudadana y la esperanza que engendra el
valor de la palabra. Y no se trata solo de una expresión respecto a la antipolitica, es sobre todo una reiteración de
un caso conocido: “No es mi hija, repito, no es mi hija. Estoy dispuesto a
someterme a un examen de ADN. Repito, no es mi hija. Sí, reconozco, repito, es
mi hija. Ella, yo y el Perú hoy día hemos ganado. La quiero, siempre la quise,
repito, la amo”. Negar tantas veces las grafías y contenido de las agendas no
será registrado por la historia social. Pero sí el hecho de haber liquidado un
proyecto político del siglo XXI, que pudo haber modificado el rumbo de una
nación sistemáticamente empobrecida. Lo único que se ha conseguido es aumentar
una vez más el pesimismo ciudadano, el profundo sentimiento de derrota
colectiva y grave desilusión en la política hispano criolla de la derecha
peruana.
Pero, ¿cómo es posible que de la
vivienda del Presidente Constitucional de la República, roben agendas a la
esposa y presidenta del Partido Nacionalista?, ¿no hay acaso una permanente
vigilancia?, ¿quiénes son responsables de que les roben a los conyugues
presidenciales? ¿También serán denunciados para determinar qué grado de
responsabilidad tienen? Ojalá que no sean las humildes trabajadoras del hogar
que vayan presas, cuando en realidad nadie sabe cuándo fueron sustraídas las agendas
que han empezado a hablar solas. Y aunque se lograra la invalidez jurídica de
sus anotaciones, porque como decía Vallejo, en materia judicial todo puede suceder
en el Perú, significa el fin y sepultura del Partido Nacionalista.
Mentir es anti ético, insistir es
aun peor. Tratar de engañar, falsificar, fingir, inventar es repudiable. Todo resulta
un embuste, una falsedad y mendacidad, un engaño y embrollo. Pero no haber
dicho la verdad desde el principio traerá consecuencias graves, por ejemplo la desaparición
de su agrupación política. Lo peor es que otra vez, volvemos a sufrir un
desencanto que resulta difícil asimilar. Una vez más, quienes creímos que era
posible renovar la conducta política de la incipiente clase de dirigentes de la
derecha peruana, sentimos sinceramente que nos han defraudado. Sin embargo, el
costo de haber mentido sistemáticamente será fatal.
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