Ha quedado demostrado que al haberle otorgado la Academia Sueca el Premio Nobel de Literatura a Mario Vargas llosa, hay una evidente relación entre el poder, política y literatura. Nadie podría negar esa verdad debido a los criterios que han primado en la decisión del jurado. Menos aun cuando es innegable que Vargas Llosa, se ha convertido en un defensor infatigable de un sistema de exclusión y saqueo de riquezas naturales, en detrimento de países cada vez son más pobres. Sin embargo, Vargas Llosa es un gran novelista contemporáneo de la lengua española, cuya distinción no solamente lo honra a él sino al Perú, tierra de grandes poetas y narradores que nunca han tenido como él, un trato singular de parte del poder y menos de la política. Al contrario, casi todos han sido maltratados en vida pero elogiados una vez muertos.
Se trata de una vocación necrofílica con un razonamiento colonial, de un trato déspota como despectivo y de un odio visceral a la inteligencia. Los escritores peruanos en vida son marginados y vistos como sujetos muy peligrosos porque por lo general, cuestionan al poder y a la política. Ese es el doloroso caso del Perú porque la cultura no ha llegado al poder y tampoco a la política. La cultura no ha llegado a la presidencia de República, menos al congreso ni al ministerio de cultura y ni qué decir de los otros ministerios. La situación es mucho más clamorosa en el caso de las universidades, regiones y municipios. ¿Para qué hablar del INC y otras entidades presupuestívoras y parasitarias con una frondosa burocracia? No tiene sentido ocuparse de un tema que corresponde a la ausencia de una política cultural de parte del Estado-nación.
Cuando el propio Mario Vargas Llosa había perdido la esperanza de ganar el Premio Nobel de Literatura, repentinamente la Academia Sueca, entidad encargada de seleccionar al ganador, anunció que el novelista peruano-español era el galardonado del año 2010. La reacción del escritor como era lógico, fue de una enorme alegría y ensayó declaraciones destinadas a tratar de que su figura, no apareciera tan confrontacional como hasta entonces había sido. Entendió que había cumplido una tarea fundamental de servicio ideológico al sistema económico imperante y que, había llegado hasta donde se había propuesto. Pero como es una persona inteligente le preguntó, para desviar el trasfondo político del premio, a su agente literaria: “¿Cómo haz hecho para que me den el Premio Nobel?” Esa pregunta estaba destinada para aparecer como si se tratara de un escritor inocente, de un novelista que nunca defendió al liberalismo económico que tanto daño ha causado a los llamados países de la periferia.
No obstante, el hecho de que a Mario Vargas Llosa se le haya concedido el Premio Nobel de Literatura, debe alegrarnos como peruanos, más aún a los escritores porque estimula la vocación y el ejercicio de la creación literaria. Decir que no lo merece es hablar con el hígado, negar la calidad literaria de algunos de sus libros, es exagerado. Aunque tampoco hay que olvidar que la Academia Sueca anteriormente otorgó ese premio a escritores que ahora nadie lee. Tampoco se duda que eso mismo sucederá con Vargas Llosa con el tiempo, pero se salvará por cuatro libros fundamentales que son: Los cachorros, La casa verde, La guerra del fin del mundo e Historia de un deicidio. Los demás no tienen fortaleza ni calidad para resistir el paso de los años.
La Academia Sueca de acuerdo a criterios previamente establecidos, entrega ese premio a quien haya producido en el campo de la literatura la obra más destacada, en la dirección ideal. Aunque el contenido es ambiguo, tiene la libertad de concederlo al escritor que le parezca más visible y destacado, siempre de acuerdo a los vientos que provienen del poder y al tiempo que marca la política. Es decir, en concordancia con el curso del proceso histórico y económico del sistema. Es que no podría ser de otro modo porque más allá de las palabras, hay sin duda una carga ideológica que la Academia tiene en cuenta. Demás está decir que por ejemplo Avram Noam Chomsky, Milan Kundera, Eduardo Galeano y René Depestre, no están en la lista de posibles candidatos, de ninguna manera, el premio por el momento está reservado solo para escritores como Mario Vargas Llosa.
Los criterios políticos y literarios han cambiado de un extremo al otro. Ese hecho está demostrado a través de escritores que han merecido el Premio Nobel y que profesaron distintas ideologías. ¿Cómo se ha operado ese cambio radical? Dejemos ese tema a los estudiosos del curso de las mentalidades en el siglo XXI. Entre tanto, recordemos a qué escritores en lengua española se les ha otorgado este premio: José Echegaray (1904), Jacinto Benavente (1922), Juan Ramón Jiménez (1956), Vicente Aleixandre (1977) y Camilo José Cela (1989). A los chilenos Gabriela Mistral (1945) y Pablo Neruda (1971); al guatemalteco Miguel Ángel Asturias (1967); al colombiano Gabriel García Márquez (1982); al mexicano Octavio Paz (1990) y a Mario Vargas Llosa (2010). De todos ellos ahora muy poco se leen sus obras y menos si es que no hubieran sido merecedores un premio tan importante.
Pero la respetable Academia Sueca, regida ahora por personas conservadoras con criterios francamente discutibles, nunca tuvo en cuenta a escritores como Marcel Proust y James Joyce. A críticos literarios como Emmanuel Carballo y Sergio Nudelstejer. Mucho menos a Franz Kafka, a Jorge Luis Borges ni a Adolfo Castañón. El caso más injusto es el de Julio Cortázar que aun sin Nobel se lee más que a muchos premiados. No hay que olvidar tampoco a Liev Tolstoi, Emile Zola, Henrik Ibsen y a Paúl Valery. Dos escritores rechazaron el premio: Boris Leonídovich Pasternak en 1958 y Jean-Paúl Sartre en 1964, señalando que su aceptación implicaba perder su identidad de filósofo, pero sobre todo que el Premio Nobel estaba destinado a desautorizarlo para ser un crítico del sistema.
Así, ha quedado demostrado que no hay divorcio entre el poder y literatura y menos entre cultura y política. Si Vargas Llosa no se hubiera convertido en un intelectual activista del neoliberalismo y defensor a ultranza del sistema, no hubiera obtenido el Premio Nobel. Demás está decir que nadie cree que Vargas Llosa, solo por sus méritos literarios haya obtenido tan importante distinción. Ese hecho emblemático demuestra que en el mundo y particularmente en el Perú, el poder y la política nunca estuvieron distantes ni lo están tampoco ahora. Bien podría afirmarse también que el poder y la política nunca estuvieron al servicio de la cultura y menos de la literatura. Así por ejemplo si en vez de encarcelar y maltratar a César Vallejo desde que publicó sus primeros poemas, el poder y la política ejercida por la vieja oligarquía, lo hubiera nombrado como agregado cultural en París, seguramente que hubiera ganado el Premio Nobel de Literatura, pero no, los presidentes del Perú y sus neófitos funcionarios culturales, jamás se fijaron en su talento.
Si a José María Arguedas en vez de encarcelarlo y agredirlo, lo hubieran enviado a la UNESCO como representante del Perú, sin duda que hubiese escrito grandes obras literarias y sin duda merecido esa distinción. Si a Ciro Alegría en vez de encarcelarlo y desterrado, lo hubieran nombrado como funcionario en la embajada de Madrid, otro hubiera sido su destino. Si a Gamaliel Churata en vez de subrogarlo, encarcelarlo, saquear su biblioteca y desterrado, se le hubiera asignado una labor diplomática en México, qué grandes libros hubiera publicado. La lista es grande, si a Carlos Oquendo de Amat se le nombraba como agregado cultural en Londres, hubiera escrito importantes libros de poesía. Si a Alejandro Peralta en vez de perseguirlo y desterrarlo le hubieran dado un puesto de trabajo digno, qué maravillosos libros de poemas hubiera creado. Si se les hubiera dado otro trato o nombrado como agregados culturales a Manuel Scorza, Alejandro Romualdo, Juan Gonzalo Rose, Gustavo Valcárcel y a César Calvo, sin duda que hubieran escrito una gran literatura. Antes que Vargas Llosa con seguridad Vallejo, Alegría, Arguedas, Churata o Scorza hubieran recibido el Premio Nobel de Literatura.
¿Hasta cuándo los escritores peruanos tenemos que soportar ese soterrado odio al talento y a la inteligencia? De todos los dramas vividos el más doloroso es sin duda el de Gamaliel Churata. Nunca tuvo sosiego ni le dieron tregua para que escribiera sus grandes libros. La mayor parte de sus textos permanecen inéditos con el riesgo de que muchos de ellos no aparezcan nunca. Desterrado a Bolivia, tuvo que soportar días, meses y años de angustia económica. Ningún gobierno peruano decidió nombrarlo como consejero de la Embajada Peruana en la Paz. Qué distintos son los casos de Pablo Neruda y Octavio Paz, quienes seguramente no hubieran obtenido el Premio Nobel, si se quedaban a trabajar o desempeñado cualquier oficio que les proporcionara lo suficiente para vivir bien.
Pero, ¿a qué se debe el innecesario odio y desprecio de Vargas Llosa a Garcilaso de la Vega , César Vallejo y a José María Arguedas? Pese a sus declaraciones de última hora destinadas a palear un poco sus injustos juicios, no se puede negar la existencia de un libro deleznable como La utopía arcaica. José María Arguedas y las ficciones del indigenismo (1). Se trata de un texto destinado a destruir a Arguedas y de paso a cuestionar la validez de la literatura andina. La tesis de Vargas Llosa es simple y concreta. Los mestizos provincianos a quienes les pusieron el mote de indigenistas, se irrogaron el derecho de hablar en nombre de los “indios”. Imaginaron una realidad inexistente, el “indio” es distinto, todavía no tiene una literatura propia, pero tampoco la tendrá porque simplemente está culturalmente abolido para siempre.
Esta tesis es repetida por una serie de exégetas desde la academia para ponerse a la moda y tratar de acercarse a una opinión consagrada, más aún ahora con la de un Premio Nobel de Literatura. Todo parte de un criterio personal y envidia contra Arguedas por el cariño que le tiene el pueblo peruano. Trasunta esa defectuosa relación que tuvo Mario Vargas Llosa con su padre y ahora la ejerce con el Perú. Curiosamente, los arteros ataques del Premio Nobel a José María Arguedas, ha hecho que se lea más al autor de Los ríos profundos, y la reacción ha beneficiado a Arguedas. Ha hecho que los juicios de Vargas Llosa, no sean textualmente repetidos. No obstante, la idea de desautorizarlo ha calado en los escritores y críticos inscritos en el difuso como discutible concepto de la posmodernidad.
Influenciados por los premios que Vargas Llosa ha acumulado, pero sin conocer que el escritor siempre gozó de los favores del sistema, algunos escritores jóvenes ya no hablan del poder ni de política, sino de sus proyectos de convertir sus libros en best seller. Es decir, publicar a como de lugar en editoras transnacionales para ser de la noche a la mañana célebres, reconocidos, aunque muchas de ellas solo publiquen basura. El ejemplo de Vargas Llosa es su disciplina y constancia. El desarrollo de su talento a base de un persistente ejercicio diario. La forma como lee permanentemente tantos libros y escribe semanalmente ensayos y artículos.
Sin embargo, pese a las innegables virtudes por las que en buena hora se le ha otorgado el Premio Nobel de Literatura, su visión y furiosa militancia política derechista es evidente que no es compartida por una gran mayoría de escritores en todas las lenguas. Ese deslinde tiene que quedar meridianamente claro. El neoliberalismo es una doctrina económica y política, que resulta en el Perú una imposición compulsiva para una mayor acumulación de capital. Lo único que ha hecho es abrir una brecha social más honda entre una mayoría de pobres y gente beneficiada con un sistema deshumanizado. En síntesis, el Perú esencial de Garcilaso, Vallejo, Arguedas y Churata, convertido ahora en una neocolonia social, política y económica, no le interesa a Mario Vargas Llosa. Y ahora mucho más que nunca, no se pondrá a la vanguardia cuando lleguen los días de duro combate para recuperar las riquezas naturales pero sobre todo, la dignidad nacional.
1.- Mario Vargas Llosa. La utopía arcaica. José María Arguedas y las ficciones del indigenismo. Colección Tierra Firme. Fondo de Cultura económica. México, 1996.
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