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domingo, 29 de julio de 2012

ANIVERSARIO DE LA INDEPENDENCIA


     Con ocasión del Aniversario de la Independencia del Perú, el día 28 de julio y en varias plazas públicas de Lima, a varios estudiantes universitarios se les preguntó concretamente: ¿Qué significan las alegorías que aparecen en el escudo nacional? Las respuestas fueron no solo disparatas y de una indigna manera de tratar a un símbolo patrio, sino que además demuestra una absoluta ignorancia y falta de una educación imbuida de valores cívicos y patrióticos. No sabían que se trata de la vicuña, dijeron que era una llama. De los once entrevistados solo uno sabía que se trata del árbol de la quina. Ninguno hizo referencia a la cornucopia de la abundancia. Dijeron que se trataba de oro, de monedas y la riqueza minera del Perú.
    Cualquiera que sea la universidad que estudien esos jóvenes tanto hombres como mujeres, significa que tampoco les imparten una formación humanista, tan necesaria para que tengan una visión de la realidad y un comportamiento adecuado como ciudadanos. ¿En qué colegio estudiaron? ¿En qué escuela primaria? El problema de fondo no es precisamente juzgarlos ni condenar a los centros educativos en que tan mal se formaron. La cuestión de fondo es que viene a ser una muestra del sistema colonial educativo tan arraigado en el Perú.
     Ese es un tema que debería preocuparnos mucho más, se trata de una cuestión  ideológica, de un proceso político a largo plazo, relacionado con la mentalidad, formación moral y cultural de los futuros ciudadanos peruanos. Es un compromiso histórico que debería asumir el Estado Peruano, pero que ha renunciado expresamente para dejar esa histórica tarea a organismos internacionales, cuyo único compromiso es la sistemática y permanente acumulación de capitales. Viene a ser en otras palabras, la formulación de una política cultural que comprenda, sobre todo al sistema educativo para transformar la dolorosa realidad peruana.
     Desde la invasión española al Perú y durante la vigencia de la Colonia, la Iglesia Católica como entidad ideológica-educativa, se encargó de enajenar a los adultos, jóvenes y niños, haciéndoles creer que el poder provenía de Dios. Sobre todo que el rey tenía el derecho divino de mantener la esclavitud y formas inhumanas de trabajo. Declarada la Independencia del Perú el 28 de julio de 1821, desgraciadamente el sistema de educción colonial quedó intacto y más aún, después de la ausencia del general San Martín y del retiro del Libertador Simón Bolívar, nada cambió.
    Los criollos y mestizos limeños, descendientes de españoles, muchos de ellos de padres funcionarios de la Colonia, de la noche a la mañana se vieron beneficiados con la creación de la República Peruana. No tuvieron necesidad de ir a la guerra, ni apoyar ya sea a San Martín o a Bolívar, solo tenían que esperar que ambos se fueran para siempre y les dejaran una herencia que no merecían. Nunca se ha discutido ni analizado un documento tan perverso para los intereses del Perú como es el Acta de Capitulación de Ayacucho. Ese es el punto de partida para que no se produjeran cambios sociales y organizara un distinto sistema político y educativo para el Perú.                 
      Durante los primeros ochenta años de la República, continuó vigente el sistema educativo colonial, hasta que finalmente los municipios y el Estado Peruano se hicieron cargo del sistema educativo. Manuel Pardo (padre) fue el primer gobernante civil, liberal y civilista que se preocupó por la educación laica y gratuita. Pero la nueva oligarquía peruana del siglo XX, con Guillermo Leguía como gobernante e ideólogo, se dio maña para retener el poder, diseñar un sistema educativo colonial para mantener sin derechos civiles, menos políticos y educativos a las grandes mayorías pauperizadas. Tampoco iba a permitir que se le encargara diseñar un sistema educativo a políticos y maestros como por ejemplo Manuel González Prada y menos a José Antonio Encinas.
    ¿En qué medida ha cambiado la mentalidad educativa colonial en el Perú? ¿El sistema educativo está destinado a contribuir con la transformación de la realidad? ¿A qué intereses económicos obedece que el sistema educativo carezca de investigación científica? ¿Por qué las universidades no están diseñadas para responder a cada realidad social y retos históricos? ¿Hacia dónde va el Perú cuya educación no está diseñada para el siglo XX? ¿Cuántas universidades fabrican alumnos y después profesionales que después no saben lo que significan “los dibujos” del Escudo Nacional?  ¿Hace acaso falta más preguntas? No.                     
    Quienes hemos ejercido el magisterio, sabemos por experiencia propia que es un delito pensar y opinar como maestro peruano en actividad. Debe ser una persona que cumpla con los planes y programas, ni una palabra más y ni una de menos. Prohibido pensar, ser culto, menos inteligente y estar imbuido de ciencias sociales. Tampoco hablar acerca de la necesidad de un nuevo como distinto sistema educativo, destinado a contribuir con los cambios sociales que necesariamente se deben dar. Un país que no realiza cada cierto tiempo cambios sustanciales, está destinado a ser una colonia política en nombre de ls posmodernidad, de la inversión privada como extranjera, de la globalización y la falacia del desarrollo.
    A propósito, con ocasión del aniversario de la Independencia del Perú, creímos que el presidente señor Ollanta Humala Tasso, en su mensaje en el Congreso de República, iba a referirse por qué decidió cambiar de rumbo político su gobierno. Todo indica que durante cinco años estaremos regidos por un gobierno de carácter asistencialista, paternalista, caritativo y como dijo el inefable, autócrata y ahora minero Óscar Valdés Dancuart: “El presidente Humala tiene que olvidarse de sus promesas electorales”. Nadie le creyó pero era cierto.
   ¿Se puede pedir que haya un debate nacional sobre la educación peruana? Por ahora, no. Se ha anunciado que habrá un nuevo sistema de meritocracia y aumento según una nueva escala remunerativa. No hubo ni una sola palabra en referencia a la cultura y a la educación propiamente dicha, menos sobre la creación de una política cultural. ¿Hasta cuando? ¿Cuántos años más tendremos que esperar? Entre tanto no cambie el sistema educativo de carácter colonial y no se retenga las materias primas para transformarlas o siquiera para conseguir un valor agregado, el Perú seguirá siendo un país dependiente hasta que finalmente, llegue el día en que el Estado Peruano, en vez de donar unos soles, se haga cargo de una equitativa distribución social de los bienes materiales y espirituales. (28 de julio del 2012).

miércoles, 25 de julio de 2012

LOS PERROS Y OTROS INSULTOS POSMODERNOS


Detención del Padre Marco Arana (foto: Internet)
La violenta detención del sacerdote Marco Arana, mientras estaba sentado en la Plaza de Armas de Cajamarca, sin duda demuestra una vez más, la deshumanización y coloniedad del poder en el Perú. No será necesario añadir, la injuriosa frase contra el honor de su dignísima y seguramente orgullosa progenitora. Pero es preciso decir que se enmarca dentro de un evidente desprecio y odio por quienes, con razón reclaman un derecho social. Así, todos los ciudadanos peruanos que rechazan la violencia oficial, resultan también vástagos de prostitutas, todos somos nacidos de madres indignas.
     Llamar “perro” a un sacerdote con mentalidad cristiana y equidad frente a la depredación de la naturaleza, no tiene precedentes. Reclamar la dignidad y honra de la madre del sacerdote Marco Arana parecería inútil y además ingenuo, en un mundo donde un insulto tan grave a nadie parece interesar ni indignar.   Sin embargo, el hecho de que los escritores, intelectuales y sobre todo los académicos no hayan dicho nada, es grave. Es la expresión de un insoportable silencio y una actitud vergonzosamente cómplice. Es también la aceptación y vigencia de un lenguaje ofensivo, injuriante, calumnioso y deshonesto.                   
    Este insulto tan horrendo coincide con los cincuenta años de la edición de la novela de Mario Vargas Llosa “La ciudad y los perros”. En la narración del Premio Novel de Literatura 2010, “los perros” son alumnos provincianos que ingresan al Colegio Militar “Leoncio Prado”, para cursar el tercer año de secundaria y seguir la carrera militar, según la vocación y perspectivas sociales. Son tratados como perros no como seres humanos “para domesticarlos” y se “hagan hombres”, sepan obedecer y estén siempre listos para cumplir toda orden que reciban de arriba. Vargas Llosa presentó los originales a varias editoriales españolas y latinoamericanas, hasta que finalmente en París se la dio a leer a Claude Couffon y el crítico francés, quedó francamente fascinado.
    Luego, el manuscrito de “La ciudad y los perros” fue leído por Carlos Barral y sugirió que fuera presentado al concurso “Premio Biblioteca Breve”. Barral tuvo razón, la novela fue premiada, José Valverde, miembro del jurado dijo que desde “Don Segundo Sombra” no había leído un texto tan interesante. Pero una vez publicada, la novela fue quemada en el patio del Colegio Militar Leoncio Prado, se dijo que nadie había agraviado tanto a un colegio que era parte del patrimonio nacional. Curiosamente, igual que el sacerdote Marco Arana, Mario Vargas Llosa, también fue agraviado en un programa de la televisión criolla, mediática, limeña y achorada. Hernando de Soto espetó una frase francamente irreproducible.
    Luego vino el abogado Alan García Pérez, “el presidente aprista más honrado de la Historia del Perú”, según sus defensores ante la Mega Comisión del Congreso de la República, que investiga los actos de corrupción de su segundo gobierno. García sorprendió con las publicaciones de sus textos referentes a “El síndrome del perro del hortelano”, al tratar de comparar a los peruanos que se oponían a su entreguismo con el perro que no come ni deja comer. Fue la perrada más grande de la historia, insultó a todos los peruanos y enseguida dijo a Jaime Bayly: “La plata viene sola, no seas cojudo”. Alan García Pérez que nunca trabajó como abogado, salvo una vez en la defensa de un narcotraficante, trató de perros a quienes rechazaron que no era posible cuadriculara el Perú, para rematar todas las riquezas nacionales. Esa frase de que nunca se sabrá cuántos millones y bienes ha acumulado, parece ser cierta.     
     Pero, ¿por qué se usa un lenguaje tan agresivo como violento? Tratar de perro a un ser humano no solo es inaceptable sino que además, después de ser  liberado Marco Arana, nadie le pidió disculpas. Menos perdón por un insulto tan grosero del honor de su respetada madre. Si no permaneció más tiempo detenido significó que no había ninguna razón legal para llevarlo a empellones a la comisaría. Pero analizar ese es un hecho corresponde a un jurista, a un abogado.
     ¿Qué relación hay entre el agravio al ciudadano Marco Arana con las siguientes expresiones? “Mata a esa chola de waraqa. Mata a esa chola de mierda. Mátala, carajo”. Sin duda un patrón de lenguaje procaz, un registro lingüístico que denota desprecio por la vida de quien está al otro lado. Pero además, una clara intención de exterminio a base de uso de armas de fuego, contra quienes tienen otra forma de pensar y actuar. Es decir, que toda persona que no se alinea es un enemigo, es un “perro” al que hay que marcar, castigar, apresar, injuriar y si es preciso matar.
       A todos debería preocuparnos el uso del lenguaje y la creciente violencia, pero no es así. El lenguaje es un instrumento humano creado y enriquecido durante muchos siglos. Es un maravilloso vehículo que permite la comunicación entre seres humanos, pero tiene que ser limpio, claro, inteligente. La conducta del lenguaje en toda sociedad no es instintiva sino más bien reflexiva. Se trata de un conjunto de signos, señales y sonidos articulados, que hacen posible una interacción, comunicación y entendimiento vital entre personas. No obstante,  traduce el pensamiento y visión del mundo, su estudio pertenece al campo de la lingüística, de la antropología social y de las ciencias de la comunicación.       
    Un ser humano no es perro, no es animal y nadie tiene derecho a insultar a nadie por más humilde que sea. Menos de mentar la madre en una plaza pública, en el centro de un conflicto social donde está en juego dos mentalidades e ideologías irreconciliables: la coloniedad y sumisión del poder; y la defensa de los recursos naturales y la vida. Ese es un tema que merece otro comentario mucho más amplio, habrá que esperar varios meses para hacer una adecuada lectura. Sin embargo, a  la acertada frase: “Ni un muerto más”, hay que agregar: “Ni un insulto más”. De allí la necesidad de un sistema de reeducación y adaptación de un lenguaje digno y limpio. Los medios transmiten e imponer una forma de hablar y pensar, lo que no pueden hacer es propalar expresiones reñidas con la dignidad y en contra de la esencia de los derechos humanos.       
(Lima, 10 de julio del 2020).

CAJAMARCA, EL ORO, PERRADAS Y MUERTE


La primera extorsión, chantaje, amenaza, traición, lucro y asesinato oficial, se registró en Cajamarca con la invasión española y arbitraria detención del último inca Atahualpa. La extorsión al empezar y durante el dominio del reino de España, era un delito debidamente tipificado, penado. De modo que quienes extorsionaron al inca y después formularon “el primer histórico juicio injusto de América”, sabían muy bien lo que hacían. Tanto Francisco Pizarro, Hernando de Luque, pero mucho más el cura Vicente Valverde, eran concientes de sus acciones de carácter agresor, político y guerrero, era un pecado mortal según la mentalidad cristiana de la época. Sabían que se trataba de una injusta invasión de un pueblo contra otro, que no tenían derecho para actuar como lo hicieron.   
     Lo que no se dice es que el cura Vicente Valverde, en todo momento estuvo de acuerdo con el asesinato de Atahualpa. Como socio en un acto de lucro pactado en Panamá, no podía estar en desacuerdo con ellos. Para los tres socios, el asunto de fondo era llegar a un “imperio donde el oro y plata abundaban”. Estaban dispuestos a eliminar a quienes se opusieran a sus planes. Ellos eran cristianos, conquistadores y poderosos. Los habitantes de América y el Perú, indios, sin alma, sin derechos, eran los invadidos, los conquistados.   
   Tal como sucede ahora, un acto de extorsión era (y es) una acción que consiste en obligar a una persona usando la amenaza, violencia o intimidación, a realizar un acto contra su voluntad. Es llevar a cabo un acto ilícito con un evidente propósito de lucro. La intención final de Pizarro era perjudicar el patrimonio ajeno en beneficio personal y del rey de España. El elemento de la parte objetiva fue el uso de la violencia e intimidación. ¿Por qué un abogado, un jurista peruano inteligente no escribe un libro respecto al injusto juicio a Atahualpa? Ese sería sin duda un gran libro para reeducar la mentalidad derrotista, colonizada, con una pésima auto estima histórica en la que se deforman niños y jóvenes peruanos.    
      El cura Vicente Valverde acompañó a Pizarro al mando de ambiciosos soldados mercenarios, persuadidos que en vez de una paga miserable, recibirían oro por el arrojo y mayores muertes causadas. Llegaron a Cajamarca el 15 de noviembre de 1532 y al día siguiente el inca Atahualpa entró a la plaza, confiado en la invitación y señal de amistad que le hiciera llegar Pizarro. Nadie se presentó para recibirlo y de acuerdo a los planes de éste, (como bien asimilados consejos de Hernán Cortés con la experiencia de México), de pronto apareció Valverde vestido con hábito de dominico, llevaba una cruz de metal en su mano derecha y un  breviario en la izquierda, le acompañaba un ayudante que llevó el mensaje el día anterior a Atahualpa y un joven de origen tallán llamado Martinillo.
    Atahualpa jamás había visto a una persona y menos escuchado palabras que no entendía nada, quedó anonadado y sorprendido por la forma de andar del sacerdote y con una señal de la mano derecha, ordenó que lo dejaran avanzar para saber qué quería y quién era. Una vez frente del inca, Valverde empezó a hablar con el breviario abierto, señalando con el índice lo que aparentemente leía. De acuerdo al cronista prohispano Jerez,  Valverde dijo: “Yo soy sacerdote de Dios y enseño a los cristianos las cosas de Dios, y asimismo vengo a enseñar a vosotros. Lo que yo enseño es lo que Dios nos habló, que está en este libro; y por tanto, de parte de Dios y de los cristianos te ruego que seas su amigo, porque así lo quiere Dios y venirte ha bien de ello; y ve a hablar al Gobernador que te está esperando”.
     El inca no entendió nada y empezó a preguntar de qué se trataba, quién era ese extraño que le hablaba así. Martinillo tradujo la perorata pero para Atahualpa significó una orden. Sin duda se trataba de una cuestión imperativa frente a un soberano, a un inca victorioso y todopoderoso. Recibió el libro y muy disgustado lo arrojó al suelo. Se paró en su litera y le reclamó el maltrato que habían cometido los españoles contra algunos caciques que los habían recibido generosamente. El inca dio un paso sobre la litera y el cura Valverde retrocedió. De ponto corrió hacia donde estaba escondido Pizarro y al llegar le dijo:
     “Este perro”. Mirando a los soldados les dijo que no había otra acción más que vengar una afrenta tan grave a Dios, que absolvería a todos y se irán al cielo, que Dios iluminaba las mentes para dar una lección a los indios paganos. Pizarro ordenó que no mataran al inca y para defenderlo de un posible error o intentara escapar, aleccionó a veinte criados al mando Miguel Estete, Alonso de Mesa y Diego de Trujillo, para que preservaran su integridad a toda costa. Nunca se supo cuántos peruanos murieron en la plaza de Cajamarca, los cronistas españoles justificaron la masacre y traición. No han faltado historiadores prohispanos que inventaron el hecho de que Atahualpa, “arrojó la Biblia al suelo al sentir que no escuchaba nada,  porque Valverde le dijo que era la palabra de Dios”.
       Por supuesto que los historiadores de la coloniedad y prohispanos escriben así: “La conquista del Perú fue un hecho histórico que permitió la evangelización de los indios, así como se estableciera una Colonia próspera en ultramar. Francisco Pizarro, el conquistador del Perú fundó varias ciudades, estableció como capital del virreinato la ciudad de Lima”. ¿Para qué más? No dicen que Francisco Pizarro armó una celada y un acto de traición, que Valverde azuzó un genocidio y menos que le llamara “perro” al inca Atahualpa. La palabra perro curiosamente no está registrada en la Vigésima Segunda Edición del Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. No importa, ya sabemos de qué animal se trata.
      Lo que llama la atención es la coincidencia del uso de esta palabra como insulto en relación a Cajamarca y a la Historia del Perú. El cura Valverde llamó perro al inca Atahualpa hace 477 años. Un policía usó la palabra perro durante la detención del sacerdote Marco Arana. Dos curas, uno agraviando y el otro agraviado. Sin embargo, ni Atahualpa era un perro y menos Arana. ¿Quién iba a imaginar que después de tantos años, en Cajamarca se decidiría también el futuro del Perú? Ya leeremos cómo escribirán los historiadores desde la perspectiva de la descolonización ideológica o habrá quienes mantengan intacto “El síndrome de la Colonia” y sin duda el insoportable, fétido temor a decir la verdad. Ya veremos. (11 de julio del 2012). 

SAN MARTÍN Y LA FALTA DE IGNORANIA


El jueves 12 al promediar las cuatro de la tarde, se realizó un mitin de carácter político convocado por la Confederación General de Trabajadores del Perú CGTP, así como por gremios, partidos políticos y estudiantes universitarios. Todos los oradores coincidieron en que el gobierno debería levantar el estado de emergencia en Cajamarca, cese la violencia social e invocaron al presidente Ollanta Humala, declare la inviabilidad del proyecto Conga. Era la primera manifestación pública para saber hasta dónde llegaba la crisis política que dura ya varios meses. Los argumentos fueron la necesidad de preservar el sistema hidrológico de la zona afectada y se proceda, a revisar la política colonial minera del Estado.
      Sin embargo, el mensaje de fondo era: “Conga no va” y sobre esa idea abundaron los argumentos ideológicos, ambientalistas, ecológicos, humanos y fundamentalmente políticos. Los oradores y asistentes finalmente conformaron un conglomerado que expresó una opinión de ciudadanos, que sin duda están en contra de la forma como se ha venido tratando el tema. Se lamentó las muertes de humildes ciudadanos cajamarquinos y se pidió, se apoyara a los esfuerzos del obispo Cabrejos y el sacerdote Garatea. Todo terminaría en el ninguneo de siempre, los oradores hablarían y nadie escucharía, una tradición enraizada en la anticultura política peruana. “No se escucha padre”.
      Pero no, un pequeño grupo de estudiantes universitarios en pleno mitin, empezó a pintar con chisguetes de pintura fresca, frases alusivas al cambio de orientación política del presidente Ollanta Humala y a la inviabilidad de Conga, en las bases del monumento al general Don José de San Martín. Por supuesto que hubo detenciones de los presuntos autores. Algunos oradores y funcionarios del municipio de Lima, junto a obreros y trabajadores, empezaron a borrar las frases y la prensa mediática, por supuesto más atención le puso a las pintas, desviando  hábilmente el tema de fondo y las ideas expuestas en el mitin.
     Como era de imaginar, al día siguiente se produjeron una serie de opiniones,  censura y condena contra la inaceptable acción de algunos universitarios que se expresaron de manera inadecuada. Pero sirvió también para escuchar frases incoherentes de algunos aprendices de políticos, que no alcanzan a articular un pensamiento claro, una secuencia de palabras capaces de transmitir una idea con limpidez. Pero lo más grave no es la pobreza ni precariedad de lenguaje porque se puede adivinar lo que quieren decir, sino la sorprendente falta de ignorancia acerca de temas históricos, por ejemplo de quién fue San Martín. Es tan grave la evidencia que algunos periodistas deberían tener mucho cuidado, a quién  entrevistan sobre temas que tengan que ver con la Historia del Perú.
    Más allá del juicio, condena y multa que tendrán que afrontar los jóvenes universitarios que perpetraron esta afrenta cultural, además que de hecho truncaron sus aspiraciones profesionales, desgraciadamente hay acciones precedentes tan graves de las que nunca se ha sabido nada más, si los culpables fueron condenados repararon o no el daño causado por ejemplo al Intiwatana en Machupixchu. Una grúa mecánica cuando se filmaba un spot comercial para promocionar una bebida alcohólica, chocó accidentalmente con la parte superior y le causó un grave daño a la estructura original pétrea donde se “amarraba al sol”, de acuerdo a la cosmovisión andina. Un grupo de jóvenes extranjeros hicieron pintas en muros históricos y fueron expulsados. Todos son hechos graves, pero se han repetido con frecuencia y ese es un tema que es preciso comentar con detenimiento.
      El Estado Peruano de marcado carácter colonial, no tiene una política cultural ni política para la cultura, menos un sistema educativo cultural a cargo del Ministerio de Educación. ¿Qué entidad pública entonces está cargo del estudio, investigación, preservación y defensa del patrimonio cultural? ¿A qué entidad le compete realizar una permanente campaña para defender el patrimonio? Según las declaraciones de los estudiantes que hicieron las pintas en la Plaza San Martín, no tenían ni idea del valor cultural del monumento a San Martín, pero tampoco puede servir de argumento de defensa, porque el desconocimiento de la norma o falta de ignorancia, no implica su no cumplimiento.
     Todos creímos que con la creación del Ministerio de Cultura, por fin se establecería una novísima política cultural, creada de acuerdo a nuestra realidad cultural y con una proyección histórica para el siglo XXI. Pero no fue así porque respondió a la visión colonialista de Alan García Pérez y no hay signos que cambie su orientación ideológica ni objetivos políticos: Sus funciones rectoras son: “Formular, planificar, dirigir, coordinar, ejecutar, supervisar y evaluar las políticas nacionales y sectoriales del Estado en materia de cultura, a través de las áreas programáticas: patrimonio cultural de la nación, material e inmaterial; gestión cultural e industrias culturales, incluyendo la creación cultural contemporánea; y de pluralidad étnica y cultural de la nación, incluyendo a las artes vivas.
Dirigir, coordinar y supervisar la implementación de las políticas nacionales y sectoriales en materia de cultura, en todas las entidades del Estado y en todos los niveles de gobierno, a través de entes autónomos, ministerios, gobiernos regionales y locales, incluyendo sus organismos públicos conformantes. Diseñar, conducir y supervisar los sistemas funcionales en el ámbito de cultura, asegurando el cumplimiento de políticas públicas de acuerdo a las normas de la materia”          

    En síntesis y en otras palabras, nada que tenga que ver con el diseño de un sistema educativo peruano, su permanente análisis y renovación, para llevar a cabo una permanente interacción humana destinada a formar nuevas generaciones con una visión crítica y respeto al patrimonio cultural. ¿Basta con sancionar a los estudiantes que cometieron sin duda un delito? No, la raíz del problema está en que nunca se ha discutido acerca de una política cultural y el Ministerio de Cultura es finalmente una impostura. El análisis de la realidad nacional, suscita miedo y fundados temores porque lo primero que hay que hacer es leerla para responder a tres preguntas básicas: ¿qué hemos sido?, ¿qué somos? y ¿qué queremos ser?  La respuesta es un programa de política cultural del Estado Peruano, que debe implementar a mediano y largo plazo. Solo así se podrá formar a personas imbuidas de valores humanos, culturales, cívicos y patrióticos. (13 de julio del 2012).      

EL NARRADOR, LA CORDILLERA Y LAS PALABRAS

Pedro Vilcapaza (óleo de Moshó)

Primero apareció el libro “Resurrección de los muertos” en el año 2010, de Gamaliel Churata a cargo del crítico y peruanista italiano Riccardo Badini, en una edición crítica muy bien cuidada y financiada por la Asamblea Nacional de Rectores. Luego la extraordinaria edición de “El pez de oro” (A.F.A Editores Importadores, Lima, 2011), que viene a ser el segundo libro que pertenece al  escritor puneño y que tiene también una edición crítica. Ambos hechos tienen una gran importancia para la cultura literaria peruana, porque así se rompe la distancia con los lectores que no hablan quechua ni aymara. Y ahora, se puede llegar a la esencia de la maravillosa narrativa de Lizandro Luna debido a este mismo proceso dialéctico de resemantización y refonemización, tratamiento lingüístico que también que someterse escritores puneños como Francisco Chuquihuanca, Manuel Núñez Butrón, Inocencio Mamani, Mateo Jayka (Víctor Enríquez Saavedra), Aurelio Martínez, J. Alberto Cuentas Zavala, Andrés Dávila, Eustaquio Qallata (Román Saavedra), Julián Palacios Ríos y Héctor Estrada Serrano, entre otros.
    No es fácil conseguir una edición en la que finalmente se pueda traducir lo que quiso decir, lo que dijo realmente y lo que se supone haya querido expresar el escritor al recurrir a un idioma de su entorno cultural dominante. En este caso se trata del quechua y el aymara, que sin duda enriquecen una literatura, que no pudo quedar inscrita solamente en el idioma oficial como es el español. Como es sabido, la diglosia cultural ha merecido trabajos de investigación muy logrados, cuyos conceptos no vamos a repetir, pero sí decir que es una realidad lingüística que todavía no ha merecido un estudio singular de parte de los investigadores sociales puneños. Ya vendrán, todo a su tiempo.
    Durante mucho tiempo, la crítica literaria con rasgos colonializante, racista, discriminatoria y parasitaria, sostuvo que los escritores bilingües o trilingües, no tendrían un espacio en la literatura oficial, desarrollada de acuerdo a los cánones de cátedra universitaria y odioso criterio eurocentrista. Menos aún quienes se atrevan a realizar un ejercicio de escritura híbrida. Desde el poder lingüístico colonizante se les ha llamado indigenistas a quienes usaban términos del quechua y aymara, de modo que de hecho estaban desahuciados, pero mucho más quienes se atrevían a hablar desde la perspectiva andina y peor si usaba la palabra indio.
     Esa categorización literaria corresponde a una clasificación desde el concepto de raza. La colonia clasificó a las personas como españoles, criollos, mestizos, cholos, negros e indios. ¿Cuánto ha variado este concepto y vigente desde hace más de cuatrocientos años? Muy poco. Pero también es posible afirmar que se han producido cambios sustanciales, debido fundamentalmente a los movimientos sociales, al avance de las conquistas científicas, a los permanentes desbordes populares, a las migraciones del campo a las ciudades, al desplazamiento forzoso y aportes de las ciencias sociales. Nadie hoy día podría decirle indio a un quechua o un aymara. Ellos tampoco, no se tratan de indio porque saben que es un insulto grave y ofensivo.
     No hay ningún quechua o aymara que se llame así mismo indio, salvo quienes pertenezcan a algunas ONGs o a una entidad internacional que usa este término para medrar en nombre de la otredad cultural mal entendida, pero más específicamente de una forma de pensar colonial. Tampoco hay escritores, novelistas o poetas que se autoproclamen o pidan que se les llame indio. Exigir ahora que a un escritor mestizo le llame indio es una impostura, una pose a destiempo, una búsqueda de identidad trasnochada en un mundo en el que la palabra indio solo existe, como rezago de la mentalidad hispano, criolla achorada y desfasada.  
    Es en este panorama amplio como novedoso que aparece este libro de narraciones de Lizandro Luna, escritor autodidacta que además escribió novelas, ensayos, panfletos, crónicas literarias y ejerció el periodismo cultural. No es difícil rastrear su formación y lecturas literarias por la cercanía del estilo poético y lenguaje, pero sobre todo por las menciones que aparecen en sus textos: Dante Alighieri, Azorín, Manuel González Prada, Ciro Alegría y sobre todo Federico More. Luna estudió primaria en Azángaro, secundaria en el Colegio Nacional San Carlos de Puno y decidió tener el oficio de agricultor profesional, habiendo cursado calificados estudios en la Escuela Nacional de Agricultura y Veterinaria de Lima. A este hecho hay que añadir su infinita pasión por la lectura, los viajes, la buena bebida y exquisita comida.
      Ahora, como todo escritor, tendrá necesariamente que someterse a la nueva crítica literaria que cada día es más técnica, se alimenta de las ciencias sociales, de semiótica como de corrientes ideológicas contrapuestas y desarrolla un distinto concepto epistemológico. La crítica es ineludible como necesaria porque cumple una labor pedagógica y de difusión masiva. Pero no es posible escribir una crítica en referencia a Lizando Luna, con los instrumentos de análisis que ahora se tiene. El concepto de cuento ha variado enormemente, ahora el cuento tiene que dar vida a personajes reales o ficticios, tener una trama inteligente, un adecuado lenguaje y situarse en la nueva problemática de la condición humana, sino no es cuento.
     Lizandro Luna escribe narraciones de acuerdo a su época histórica y literaria; en otras palabras, así era como se escribía un cuento en los primeros años del siglo XX, primaba sin duda la descripción del paisaje y la forma poética sobre los demás conceptos, todo para agradar a los lectores. Luna sabía que lo leían, que era un escritor con evidente prestigio debido a sus desafíos al poder y a la corrupción. Se enfrentó a un prefecto de Puno a quien le puso la chapa de “El enano de sequía”. Por esos raros designios del destino tuvimos la ocasión de conocerlo, era abogado y pertenecía como oficial de alto grado al Ejército Peruano. Le preguntamos por Lizandro Luna y no le gustó, se enfadó y dijo que lo había calumniado. A lo que nosotros le contestamos que Luna lo había inmortalizado. En fin.
      Los temas de Lizandro Luna se refieren a la tragedia humana, a las personas que sobreviven en medio de una sociedad abolida por la coloniedad extrema. Sin embargo, su mirada es desde afuera no desde adentro, es claro que no pertenece a la “indiada”, como dice al “mar de indios de la cordillera”, es más bien un misti (mestizo) que describe, observa, detecta, señala, interpreta, explica, expone, descifra, reseña, delinea, traza, dibuja con palabras y pinta con expresiones poéticas un mundo que tampoco le es ajeno. Lizandro Luna no se siente indio, no es tampoco un indio que escribe o describe como indio, pero tampoco es indiferente a los sentimientos de los personajes que crea o recrea. No escribe como habla ni habla como escribe, la oralidad aunque está presente en todos los textos, no es esencial en su escritura de ficción o no ficción.
     Sin embargo, es posible aseverar que tres rasgos esenciales alimentan sus narraciones: La trágica, inhumana como horrenda vida rural de quechuas y aymaras, esquilmados por hacendados, convertidos en animales de carga, negados por el Estado y desterrados del territorio donde nacieron. La carencia de todos los beneficios de la modernidad, la miseria, la “extrema pobreza” como se dice ahora en que vive la mayoría de quechuas y aymaras. Retrata la estafa que resulta la República, la Nación y el Estado Peruano, para miles de “indios” diseminados en los contrafuertes del sur andino, cerros, pampas y al pie de los nevados que desaparecerán irremediablemente. ¿Cuánto ha cambiado esa realidad? Nada a causa de la coloniedad que vivió y vive la gran mayoría del Perú. Lizandro Luna, relató sin duda la pesadilla que significa ser “indio” en el Perú.
     Pero además se nutre de leyendas, narraciones orales, de actos mágicos que corresponden a la dialéctica andina y memoria atávica, da vida a  personajes míticos y mitológicos para entregar una versión poética de hechos que transcurren entre lo cotidiano y lo real maravilloso. Poesía, descripción del paisaje cordillerano, latidos de tiempo sideral, una visión del ensueño cósmico al pide la cordillera y lagos habitados por aves que regresan del otro lado del tiempo. Palabras debidamente escogidas para pintar paisajes etéreos, caminos donde la noche se convierte en una mariposa negra. Personas que existen no solo por la magia de las palabras, sino que además son de carne y hueso.      
    Basta, que ahora sea el lector quien descubra por sus propios medios otras virtudes de estos relatos que Lizandro Luna no les llamó cuentos, simplemente los escribió no para él sino para un público que no conocía la cordillerana realidad parecida al infierno. ¿Qué nos deja como lección histórica estos textos? Que el Perú no ha cambiado, que la coloniedad más bien se ha acentuado mucho más. Por tanto, el dolor humano de las grandes mayorías sigue siendo el mismo de hace siglos aunque haya variado el lenguaje. La modernidad fue una trampa y la posmodernidad reforzará las cadenas de millones de personas convertidas en nuevos pongos del siglo XXI.       
     Muy bien, habrá entonces que decir: gracias Lisandro, muchas gracias  por tanta verdad trágica de tus narraciones, porque así nos devuelves la conciencia dormida como efecto una la prensa mediática al servicio de la coloniedad cultural. Hace creer a mucha gente que el Perú ha desarrollado y progresará solo debido a las inversiones extranjeras. Y eso no es verdad. Gracias Lizando por poner el dedo donde más nos duele. Ojalá aprendamos la lección. Nunca es tarde.  (Lima, 25 de mayo del 2012).