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domingo, 6 de enero de 2013

EL POETA HERIDO DE NOSTALGIA, ESCRIBE CAMINANDO


   
 El libro de poemas de Miguel Rodríguez Liñán titulado Calcinación, es una peregrinación ritual y sagrada para encontrarse con él mismo, es el fantasma que venía persiguiendo desde hace muchos años. Pero sucede que milagrosamente, al fin y al cabo lo ha encontrado, se ha encontrado para abrazarlo, para abrazarse entre árboles, bistrós, caminos, lecturas de libros, bibliotecas, puertos y ciudades que ha recorrido. El amor de una mujer, finalmente le ha dado a beber el sagrado néctar y embriagante de la ternura. Sin embargo, tampoco se ha quedado por mucho tiempo, anclado en un puerto como Marsella, ha seguido y seguirá caminando herido de nostalgia, en una búsqueda de perfección del uso de la palabra y ese hecho, no terminará nunca.
   El poeta además herido por el tiempo y el exilio voluntario desde hace muchos años en Europa, debido a la angustia sideral de no ver los atardeceres del puerto de Chimbote ni de Salaverry, los celajes del mar y no escuchar al viento que todas las tardes trae voces de los náufragos, ha decidido curarse calcinando las palabras. Pero, ¿qué significa calcinar? Quiere decir: “quemar o destruir mediante el fuego. Someter los minerales a altas temperaturas para que desaparezcan el agua y el carbono. Reducir a cal viva un mineral calcáreo mediante el calor”.
    Entonces, si nos atenemos a esta palabra cargada de semántica por la magia de la poesía, Miguel Rodríguez Liñán ya no es solo un maravilloso fauno de la novela, sino un brujo que escribe con el invisible fuego de la semántica en vez de la tinta que destilan los adjetivos. Así, cada poema que no volverá a repetir más adelante en otros libros, se convierten por acción del fuego verbal y la imaginación del poeta, en piedras preciosas diseminadas a lo largo de los caminos. No se trata de poemas escritos mirando desde una ventana en Marsella, en París o en desconocidos hoteles, donde ha dejado parte de la vida y ha visto pasar la primavera con una cesta de manzanas rojas, al otoño convertido en un viejo clochard, al invierno en un tranvía que se lleva todos los celajes y al verano en una golondrina que agoniza en las orillas de un imaginado mar.
    El celebrado libro de Miguel Rodríguez es también la Calcinación del ejercicio literario, del hecho de quemar palabras todos los días, es el resultado consciente del sagrado oficio que el narrador y el poeta cerebra a cualquier hora. Es decir, escribir y sustituir una palabra por otra, borrar para reescribir de nuevo, meditar a cerca de la significación de una metáfora y hallar una distinta con más carga semántica. Hasta que las metáforas, las imágenes, el ritmo y visión del mundo, expresen lo que el poeta quiere. ¡Qué palabra tan hermosa: Calcinación! ¡Qué acierto tan grande para un título inolvidable!
    Pero, ¿es acaso el libro que quiso escribir desde muchos años Miguel Rodríguez Liñán? Sin duda, no. Sin embargo, es un conjunto de poemas que de todos modos tenía que hacerlo, tal vez no así sino de otra manera, con otro tono, otra poética y otra métrica. A diferencia de las novelas como por ejemplo Leyenda del padre (2001), Eva nibelunga (2009) y del poemario Cadastro (2002), están escritos de modo digamos citadino. En cambio, en Calcinar aparece la cosmopercepción del escritor, una nueva percepción y mucho más amplia debido a la necesidad de caminar y vivir, andar para reconocer y redefinir el mundo mediante los sentidos, no solo con los ojos y lo que ellos auscultan, escribe con la mano del insomnio en el cielo de caminos recorridos y todo queda calcinado detrás de la lluvia.
   Es que un libro de poemas, una novela, un cuento y más todavía un contraensayo, no es siempre tal cual había pensado o ideado el autor, en un principio. Un poema nunca se parece al poema imaginado ni es el mismo el ícaro verbal que antes había determinado usar, es que el poema se construye y destruye, la palabra se calcina y al final, es el poeta el primero en asombrarse que se parece o no a lo que había imaginado. En la novela o el cuento, se puede más o menos determinar, por el argumento que se desarrolla, hacia dónde va la narración que tiene sin duda una lógica formal. En cambio, en la poesía, el poeta no sabe a ciencia cierta hacia dónde camina. Pero eso, es posible afirmar que en Calcinar, también aparece el poeta-narrador insomne, pero sobre todo está el creador Miguel Rodríguez Liñán, que sin duda fue el primero en saber que su libro se parecía en algo, al que había empezado a escribir.
     Desde el punto de vista literario, hay sin duda cuatro rasgos que el libro Calcinar representa:
     Primero: respecto al uso de la métrica. Se trata de un acto de libertad absoluta para escribir con el marcado deseo de no parecerse a ningún poeta latinoamericano, particularmente peruano. La cadencia y el ritmo literario, la sucesión de palabras para construir un mundo propio, obedece a la necesidad de ser un autor inconfundible. Ese es sin duda uno de los mayores logros del libro. Ser él mismo, arriesgando todo, jugarse palabra por palabra la vida misma, es un  ejercicio que viene desde Churata, pasa por Vallejo, Oquendo y Romualdo, en el Perú.
    Segundo: El deseo de romper con la tradición y forma de escribir poesía. En otras palabras, Miguel Rodríguez Liñán, cansado de leer poemas escritos con los mismos moldes y canon que exige la crítica académica y siempre feudal, decidió ser fiel a su voz interior y necesidad de abandonar el pasado para buscar otras latitudes. El resultado es que su poesía ahora no solo es distinta al registro literario de su libro Cadastro, sino que se ha enriquecido, pero dialécticamente es el mismo poeta y la misma mano creadora.
    Tercero: La visón el mundo que aparece en Calcinar, no se parece al de ningún poeta mayor en lengua española, por lo que es posible afirmar, que se trata de un esfuerzo por presentar una realidad que corresponde a una parte del mundo, donde es posible también que esa humanidad desconocida, reclame el derecho que tiene a vivir sin temor a la soledad y a la muerte. No se trata de nombres geográficos, es más bien un alegato por el derecho que tienen las personas que innecesariamente han sido invisibilizadas por un sistema deshumanizado.
    Cuarto: Si se nos preguntara: Entonces, ¿a qué corriente literaria pertenece el poeta Miguel Rodríguez Liñán? Sin duda la respuesta en difícil de formular, pero para eso está, para eso se ha creado el contraensayo porque tampoco obedece a los cánones del ensayo tradicional que no arriesga, que es más bien complaciente y muchas veces hasta timorato. Muy bien, entonces digamos que Miguel Rodríguez Liñán es un poeta esencialmente cósmico, escribe desde la cosmopercepción y no desde la racionalidad cartesina y necesidad de asimilar fórmulas poéticas en desuso, agotadas.
     Su poesía no pertenece a una forma de ver sino de percibir el mundo. Mucho más tiene de entender que de mirar, se relaciona con la cosmología, con el concepto de un poeta que por herencia atávica, ha llegado a una poesía cósmica. Aunque ya antes aparecía este rasgo esencial en sus novelas y libros de poemas,  lo que ha hecho ahora es desatarse de las amarras del pasado, al Calcinar sus libros anteriores se ha liberado de lo que fue para ser ahora un poeta distinto. Estamos entonces, frente a un proeza literaria ejemplar y quizá, la crítica oficial casi siempre obtusa frente a un poeta que cambia en su modo de escribir, se calle, eso mismo ha sucedido antes, de modo que no hay por qué extrañarse.
      Ulises es solo un nombre referencial, es una persona reinventada. En el fondo es un  pretexto que de alguna manera sirve para poetizar, pero no es el protagonista de una poética que se refiere al desarraigo y necesidad de percibir un mundo propio como ajeno. Esta dicotomía hace que el poeta camine o recorra en bicicleta, en carros y a pie, una realidad delirante siempre dura, como es el exilio sin fin. Sin embargo, cómo no mencionar algunos lugares que conocemos como la Plaza de Arconte, le rue Puyricard, Venelles; el puerto de Marsella y las playas cercanas donde nos enamoramos una vez de una gitana que se llamaba Desirée. No hay un acontecimiento más hermoso y grato que beber una cerveza en un conservado bistró de más de cien años en el puerto de Marsella antigua. Desde el interior de lo que llamamos nosotros un bar, se puede ver a viajeros que no tienen para pagar un viaje en avión y lo hacen en barcos que van y vienen desde hace siglos del África, también hay barcos para turistas, para carga y para animales. Allí conocimos a Guillermo Yucra, un puneño que se fue a París para estudiar filosofía en la Universidad de la Sorbona, pero terminó siendo dueño de un gran almacén de carga. Una noche le leímos la surte en coca y aconsejamos que no prestara el dinero que le había ofrecido a un amigo, menos mal que no lo hizo, ese amigo había estafado a medio mundo, hasta que cayó preso. Yucra nos envío después como regalo vinos franceses exquisitos.          
       Cómo no contracomentar la infinita presencia del querido poeta Blaise Cendrars, que tanto influyó en los poetas de la vanguardia peruana. Se escribía con Adalberto Varallanos y le había prometido visitar el Perú. Pero Varallanos lamentablemente se murió muy joven atacado por la tuberculosis. Su hermano José le dedicó un libro llamado Permanencia en el que aparece nítidamente el fervor de Blaise Cendrars, por el joven escritor huanuqueño. Otro poeta que asimiló la forma de escribir y diseñar un libro pero con un distinto formato fue Carlos Oquendo de Amat. Blaise Cendrars, publicó un libro en forma de un rollo lleno de fotografías y describió un viaje por muchos puertos y ciudades. Oquendo en los “Cinco metros de poemas” no imita al poeta suizo nacionalizado francés, es más bien una referencia creadora.
       Pero Miguel Rodríguez Liñán igual que Carlos Oquendo de Amat, solo que en distintas épocas literarias, evoca y realiza un encuentro con Blaise Cendrars, lo hace como homenaje y reencuentro debido a la necesidad de hacer un viaje a las otras raíces que tiene en Francia. Es cuando el poeta liberteño, radicado en París y Marsella hace muchos años,  hace un recuento de sus viajes, recuerda los lugares donde ha dejado parte de la vida y poemas que quizás nunca los rescate. De allí el parentesco entre Carlos Oquendo y Miguel Rodríguez Liñán, nosotros no creemos que en la poesía del brujo que escribe con fuego como es este formidable poeta, haya alguna herencia o referencia del minimalismo que tanto daño ha hecho a muchos poetas jóvenes.   
     En fin, ojalá que ahora este libro tenga una crítica acertada y comentarios que efectivamente establezcan un deslinde literario. Es fácil repetir lo que hasta ahora ya se ha dicho, lo que se ha establecido como verdad mediante un canon ocioso, siempre ajeno a la necesidad de escribir contraensayos. Estamos cansados de que en las presentaciones se len poemas como muestra de una evidente pereza mental. Que en los prólogos se transcriban poemas con el único objeto de retrazar el análisis y exposición de renovadoras ideas. De allí que un libro como Calcinacón exija un distinto lenguaje que nos acerque a la verdad de una poesía distinta. Es de esperar que no lo calcinen a Miguel, sino que el lector sienta que al calcinarse las palabras y metáforas, lo que nos quede debe ser una gran poesía para un nuevo siglo.(2 / 1 / 20013). 

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