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domingo, 13 de enero de 2013

POESÍA DEL TACTO, LA ROSA DEL TIEMPO Y EL MAR




    Según cuenta Aristóteles, el rey Midas, a quien inmortalizó atribuyéndole poderes divinos como extraordinarios, todo objeto que tocaba lo convertía enseguida en oro. Según la leyenda después generalizada, Midas tenía miedo de acariciar a una mujer porque se volvía en una estatua de ese metal precioso, que tanto daño ha hecho a la humanidad. En cambio, Rosamar Corcuera, todo lo que toca lo convierte en poesía que se puede palpar, mirar y percibir. A diferencia de Midas, trabaja con un humilde material desde el principio de los siglos, en barro del que también estamos hechos los seres humanos de acuerdo a un mito andino, de allí la fragilidad y belleza que se expresa sobre todo en los ojos grandes y negros de las mujeres cordilleranas. 
  Pero sus manos transforman y humanizan todo material sensible con que trabaja. Así, empiezan a caminar y tener vida propia seres que emergen del fondo de su imaginario mar, mejor dicho a navegar desde un antiquísimo océano creado como real, donde lo extraordinario se vuelve cotidiano. Son seres que viven, respiran y por haber emergido de su infinito talento cósmico marino, todo no parece irreal, una ficción poética. Sin embargo, cada personaje tiene vida propia y solo le falta hablar. De modo que las esculturas, sirenas, vírgenes, tortugas, colibríes, retablos, barcos, aves, peces, seres maravillosos, niños y todas las wawas, repentinamente tienen vida, vienen a ser la expresión de una poesía creada con el tacto. Rosamar, de modo que es al mismo tiempo, es la Rosa del tiempo que gira, el mar que habla desde el fondo de sus sueños. Todo lo convoca para convertirlo en un universo donde es posible que la realidad como la imaginación, se reúnan para significar, para sugerir poemas táctiles.
     No obstante, nada permanece estático, cada personaje desarrolla su propia elipsis sideral. Todo está en movimiento perpetuo, todo se rige por sus propias leyes cósmicas, debido a las americanas manos creadoras de Rosamar Corcuera. Tampoco hay sombras como lo quiso Alexander Calder y menos repetición de colores, como logró realizar su pintura Wilfredo Lam. En otras palabras, nunca antes se dio como en este caso un acontecimiento singular, en el que además de ser una representación, un cuadro de pintura, aparezca la concurrencia de una nueva y distinta expresión artística. Poesía de volúmenes, pintura, cerámica, escultura, geometría del espacio y  proporciones en armonía, seres creados para que tengan vida más de lo que diga o no, una crítica pictórica siempre vacía como nada creativa.
    Mascarones de antiguos navíos para navegar en el mar del tiempo sideral, para romper las olas del viento siempre adverso, rostros de mujeres mirando la sidérea inmensidad. Sirenas en cuyas miradas han quedado reflejadas todos los relámpagos y celajes, las tardes y arco iris que Rosamar vio de niña. Pero todo se ha transformado debido a su fina percepción, porque pinta con los sentidos más que con los ojos, con la cosmopercepción en movimiento. Esas son las palabras que recién llegan como un acto de magia, ahora sí cargadas de poesía y semántica. Entonces, estamos frente a una fecunda artista totalizadora, que bien pudo ser una pintora pero no, ha obedecido a la voz interior y necesidad de encontrar su propio universo y lenguaje mágico intransferible.
      ¿Qué ha dicho la crítica pictórica en un medio donde carecemos de galerías, salones de exposiciones de pintura, de escultura, etc., etc.? ¿Existe acaso uno o dos calificados críticos a quienes se les puede leer y aprender de ellos? ¿Qué han comentados los responsables de esta clase de actividades? Nada de nuevo. La explicación es que no solo carecemos de locales para esta clase de exposiciones, es que tampoco hay ensayistas, menos teóricos o personas que conozcan bien y se arriesguen a emitir un nuevo juicio, que suscriban un texto desafiante como valorativo. Ese hecho se debe en gran medida a una evidente falta de formación, pero sobre todo a la indiferencia a la que desgraciadamente nos ha acostumbrado, los grandes medios. Mejor no hablemos del inepto Ministerio de Cultura que desde su creación no pasa de ser un fantasma presupuestívoro.
     ¿Qué dirá Rosamar Corcuera respecto al balbuceo de algunas personas que por compromiso tienen que llenar algunas páginas culturales y finalmente no dicen nada? Debe ser en verdad para ella decepcionante leer textos que nada tienen que ver con su talento y propuesta artística. Muy bien, he aquí otra palabra que llega justo a tiempo, cuando más se la necesita: propuesta. ¿Qué es una propuesta?, viene a ser un  “ofrecimiento o invitación para hacer una acción determinada”. Es también una “idea o proyecto sobre un asunto determinado que se presenta ante una o varias personas que tienen autoridad para aprobarlo o rechazarlo”. Pero, es igualmente una opción que presenta determinada persona, en este caso una artista para ver, entender, para percibir con los sentidos, una distinta manera de leer la otra realidad creada. Por lo que es posible afirmar que Recamar Corcuera con sus personajes propone, plantea, manifiesta, sienta, indica, designa, ofrece, determina, intenta, procura y compromete la necesidad de la aparición de un público nuevo, distinto, liberado de antiguos conceptos caducos de arte y cultura.
     Es que no se trata solamente de la concurrencia de diversas como varias artes para que Rosamar Corcuera, haya logrado expresarse a plenitud en distintos como paralelos lenguajes y plástica extraordinariamente lograda. Lo que sucede es que además está formando un nuevo espectador para un tiempo distinto, serán después los jóvenes los más beneficiados, especialmente los estudiantes de Bellas Artes. Lo que hace Rosamar es además expresarse con absoluta libertad, con libertad de imaginación, con libertad para crear sus formas expresivas propias. Y así entonces, Rosamar no se parece a nadie, nadie se parece a ella. Rosamar se parece a Rosamar Corcuera y no parece a nadie más que a ella.
     Claro que si Rosamar hubiera nacido en París, Madrid, Londres, Berlín, Nueva York o Tokio, sin duda le habrían auspiciado su muestra, las mejores galerías o museos del mundo. Los más grandes críticos especializados en acciones interartísticas, no hubieran dudado en escribir deslumbrantes ensayos. Esa es la palabra, ensayos porque una exposición así necesita de un ensayista que proponga una diferente forma de lectura, una distinta forma de “percibir” y no solamente “ver”, una muestra que pudo ser más grande y completa. Rosamar debido a su talento exige también que la crítica sea un acto de creación e insurgencia.        
      Es verdad que la exposición denominada “Prófugos del mar”, que se realiza en el Centro Cultural Inca Garcilaso de la Vega, dependencia del Ministerio de Relaciones Exteriores, es suficiente como para conocer en parte las creaciones de Rosamar Corcuera; sin embargo, no es un local aparente porque carece de iluminación apropiada, no tiene soportes técnicos necesarios, no hay quién sirva de guía o por lo menos haga entender al público de qué se trata. El área es inapropiada, las habitaciones no responden a la necesidad de amplitud para apreciar con cierta distancia las aves, cometas, los rostros que vuelan, etc., etc.


      Esa no es una crítica a Rosamar Corcuera, de ninguna manera, sino a las autoridades del Ministerio de Cultura encargadas de fomentar esta clase de muestras. Más bien hay que agradecerle a Rosamar que haya aceptado llevar hasta allí sus trabajos para acercarnos un poco a ella, a su sencillez humana para exhibir sus trabajos y alimentar la nueva peruanidad pictórica del siglo XXI. Seguramente que cuando en los años que vienen exponga en París, Madrid, Londres, Berlín, Nueva York o Tokio, recibirá honores, homenajes y los ensayos que merece. En el Perú de ayer y de hoy, hay un juicio, un criterio que inexorablemente se cumple, parece una maldición o afirmación diabólica, pero es verdad. Para triunfar aquí, la consagración debe venir de afuera.
      Más allá de esta sentencia y ausencia de ensayistas, galerías y locales apropiados, Rosamar Corcuera ha llegado a la plenitud de su talento, al dominio de las formas y lenguaje que viene a renovar el arte peruano. De modo que estamos en condiciones de afirmar que se ha producido un hecho que marca un hito, una determinada forma de creación que sin duda está vinculada al atavismo, a la cosmopercepción y al subconsciente de Rosamar. Como se sabe, el término  atavismo tiene que ver con la herencia genética de la persona, con los genes que estuvieron inactivos, dormidos como dicen los sicólogos, hasta que en Rosamar se expresan ahora de manera plena y vigorosa. Y no podía ser de otro modo, la explicación para que se haya producido esta proeza, es que la panaka de los Corcuera conforman una familia de artistas, magos, viajeros, pintores, poetas, metafísicos, cineastas y locos geniales como maravillosos.
    Entonces, hay un mar azul que nace desde las manos de Rosamar, un universo poblado por seres que estaban dormidos bajo la lluvia, hasta que les dio un soplo y les ha imprimió vida propia. Pero sucede que todos se han puesto a caminar por distintos caminos y no volverán nunca más a su casa. Rosamar también ha creado como los padres cósmicos del universo andino, un mundo en el que sus criaturas han empezado a buscar un refugio para vivir lo más lejos posible de la maldad y la usura. Nunca más los verá en el hábitat donde nacieron y quizá una tarde desde su ventana, los vea que se alejan raudos y pierden detrás de los celajes, cuando se conviertan en golondrinas que aleteen al fondo del ocaso.

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