Detención del Padre Marco Arana (foto: Internet) |
Llamar
“perro” a un sacerdote con mentalidad cristiana y equidad frente a la
depredación de la naturaleza, no tiene precedentes. Reclamar la dignidad y
honra de la madre del sacerdote Marco Arana parecería inútil y además ingenuo,
en un mundo donde un insulto tan grave a nadie parece interesar ni
indignar. Sin embargo, el hecho de que los escritores,
intelectuales y sobre todo los académicos no hayan dicho nada, es grave. Es la
expresión de un insoportable silencio y una actitud vergonzosamente cómplice.
Es también la aceptación y vigencia de un lenguaje ofensivo, injuriante,
calumnioso y
deshonesto.
Este insulto tan horrendo coincide
con los cincuenta años de la edición de la novela de Mario Vargas Llosa “La
ciudad y los perros”. En la narración del Premio Novel de Literatura 2010, “los
perros” son alumnos provincianos que ingresan al Colegio Militar “Leoncio
Prado”, para cursar el tercer año de secundaria y seguir la carrera militar,
según la vocación y perspectivas sociales. Son tratados como perros no como
seres humanos “para domesticarlos” y se “hagan hombres”, sepan obedecer y estén
siempre listos para cumplir toda orden que reciban de arriba. Vargas Llosa
presentó los originales a varias editoriales españolas y latinoamericanas,
hasta que finalmente en París se la dio a leer a Claude Couffon y el crítico francés, quedó
francamente fascinado.
Luego, el
manuscrito de “La ciudad y los perros” fue leído por Carlos Barral y sugirió
que fuera presentado al concurso “Premio Biblioteca Breve”. Barral tuvo razón,
la novela fue premiada, José Valverde, miembro del jurado dijo que desde “Don
Segundo Sombra” no había leído un texto tan interesante. Pero una vez
publicada, la novela fue quemada en el patio del Colegio Militar Leoncio Prado,
se dijo que nadie había agraviado tanto a un colegio que era parte del
patrimonio nacional. Curiosamente, igual que el sacerdote Marco Arana, Mario
Vargas Llosa, también fue agraviado en un programa de la televisión criolla,
mediática, limeña y achorada. Hernando de Soto espetó una frase francamente
irreproducible.
Luego vino el
abogado Alan García Pérez, “el presidente aprista más honrado de la Historia
del Perú”, según sus defensores ante la Mega Comisión del Congreso de la
República, que investiga los actos de corrupción de su segundo gobierno. García
sorprendió con las publicaciones de sus textos referentes a “El síndrome del
perro del hortelano”, al tratar de comparar a los peruanos que se oponían a su
entreguismo con el perro que no come ni deja comer. Fue la perrada más grande
de la historia, insultó a todos los peruanos y enseguida dijo a Jaime Bayly:
“La plata viene sola, no seas cojudo”. Alan García Pérez que nunca trabajó como
abogado, salvo una vez en la defensa de un narcotraficante, trató de perros a
quienes rechazaron que no era posible cuadriculara el Perú, para rematar todas
las riquezas nacionales. Esa frase de que nunca se sabrá cuántos millones y
bienes ha acumulado, parece ser cierta.
Pero, ¿por
qué se usa un lenguaje tan agresivo como violento? Tratar de perro a un ser
humano no solo es inaceptable sino que además, después de ser liberado
Marco Arana, nadie le pidió disculpas. Menos perdón por un insulto tan grosero
del honor de su respetada madre. Si no permaneció más tiempo detenido significó
que no había ninguna razón legal para llevarlo a empellones a la comisaría.
Pero analizar ese es un hecho corresponde a un jurista, a un abogado.
¿Qué
relación hay entre el agravio al ciudadano Marco Arana con las siguientes
expresiones? “Mata a esa chola de waraqa. Mata a esa chola de mierda.
Mátala, carajo”. Sin duda un patrón de lenguaje procaz, un registro lingüístico
que denota desprecio por la vida de quien está al otro lado. Pero además, una
clara intención de exterminio a base de uso de armas de fuego, contra quienes
tienen otra forma de pensar y actuar. Es decir, que toda persona que no se
alinea es un enemigo, es un “perro” al que hay que marcar, castigar, apresar,
injuriar y si es preciso matar.
A todos
debería preocuparnos el uso del lenguaje y la creciente violencia, pero no es
así. El lenguaje es un instrumento humano creado y enriquecido durante muchos
siglos. Es un maravilloso vehículo que permite la comunicación entre seres
humanos, pero tiene que ser limpio, claro, inteligente. La conducta del
lenguaje en toda sociedad no es instintiva sino más bien reflexiva. Se trata de
un conjunto de signos, señales y sonidos articulados, que hacen posible una
interacción, comunicación y entendimiento vital entre personas. No
obstante, traduce el pensamiento y visión del mundo, su estudio pertenece
al campo de la lingüística, de la antropología social y de las ciencias de la
comunicación.
Un ser humano no
es perro, no es animal y nadie tiene derecho a insultar a nadie por más humilde
que sea. Menos de mentar la madre en una plaza pública, en el centro de un
conflicto social donde está en juego dos mentalidades e ideologías
irreconciliables: la coloniedad y sumisión del poder; y la defensa de los
recursos naturales y la vida. Ese es un tema que merece otro comentario mucho
más amplio, habrá que esperar varios meses para hacer una adecuada lectura. Sin
embargo, a la acertada frase: “Ni un muerto más”, hay que agregar: “Ni un
insulto más”. De allí la necesidad de un sistema de reeducación y adaptación de
un lenguaje digno y limpio. Los medios transmiten e imponer una forma de hablar
y pensar, lo que no pueden hacer es propalar expresiones reñidas con la
dignidad y en contra de la esencia de los derechos
humanos.
(Lima, 10 de julio del 2020).
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